Segundo viaje de ayahuasca
A principios de Enero del 2015
todo a mi alrededor comenzó a desmoronarse de alguna forma.
Estaba sin hogar, había
perdido mi centro, viajaba cual caracol.
Me costaba mantener los
hábitos de yoga y meditación que antes había adquirido.
Las menstruaciones súbitamente
comenzaron a ser violentas.
La prolactina se me había
vuelto a disparar, el tumor se estaba haciendo sentir con fuerza, y con él
retornó la medicación.
Los controles ginecológicos
daban resultados negativos por segunda vez.
El carnet de salud trajo una
advertencia de colesterol y creatinina en sangre.
En la pareja tampoco me estaba
yendo bien.
Mis padres un tanto alertas
frente a mis decisiones.
¿Qué pasaba que yo me seguía
manteniendo tranquila, que confiaba en que todo estaba bien, pero todo alrededor
me decía lo contrario?
Comencé a desconfiar, a sentir
la necesidad de que algo me fuera mostrado, a dudar entre “estoy tranquila, caos en calma, y esto es
parte de la vida también” y … “evidentemente estoy tan mal que no puedo ver que
hay trancas en mí , que esto me viene a mostrar algo”
En el momento justo, Fernando
anuncia la llegada de la abuelita Ascencia, chaman de Perú. Mi primera toma de
ayahuasca había sido en el 2013 con su marido; había quedado avisada de que la
abuelita tenía una energía aún más intensa.
El respeto por la planta seguía
presente en mí, con la misma intensidad que la primera vez.
En aquella oportunidad mis
propósitos habían sido más amorosos. Esta vez necesitaba ver si había algo que
me estaba trancando y permanecía oculto para mí.
Me preparé en los días previos
con meditaciones apuntadas a este propósito, mantuve conversaciones con la
planta incluso antes de que llegara físicamente a mi cuerpo.
Así, al realizar la primera
toma me centré en este propósito, y le pedí a la planta que amorosamente me
mostrara el camino.
Comencé el viaje sintiendo una
energía que dejaba mi cuerpo pegado a la tierra, sin fuerzas; sin embargo me
daba cuenta que la sensación era de calma, que mi ser más auténtico estaba
feliz y en paz. Los aprendizajes de la meditación se repetían ahora en forma de
pensamientos… “Podemos estar enfermos físicamente, pero nuestro ser más
profundo siempre va a estar saludable, apelemos a esta sabiduría cuando nuestro
cuerpo físico se sienta débil, proporcionémosle cuidados, hagámosle un lugar, y
acariciémoslo como a un niño”. Con estos pensamientos la energía de calma,
confianza y alegría se hacía más presente.
Podía ver el cielo, las
estrellas, y al árbol con una claridad tan profunda que me emocionaba.
Luego de transcurrido un
tiempo en este viaje, decidí realizar la segunda toma.
Los ícaros empezaron a sonar
con más fuerza en mi interior; la planta me traía visiones.
Me enrollé como un bichito de
la humedad, me sentí un gato extraño. Podía ver las manos de gato, mis
movimientos eran felinos. Pero era un gato que no me agradaba, sin poder
describir la sensación, estimo decir que este gato era “raro”. Rápidamente me
empecé a ver y sentir como una cucaracha, podía ver las patas, sentir el cuerpo
como tal, era desagradable, pero mirarlo me proporcionaba calma. Era una
sensación extraña… ¿cómo podía sentir tanta tranquilidad viendo algo
desagradable? Luego de la cucaracha, vino la araña, animal que en la vida
diaria me provoca fobia, y como ellas, irracionales, tengo reacciones
corporales que no puedo dominar. Pues a esta araña la miraba, veía y sentía sus
movimientos en mí, incluso en un momento me toqué la boca y saqué un hilo de
baba que se hacía presente como telaraña.
Los colores intensos que había
visto en el viaje anterior no se hacían presentes, todo era oscuro; marrón,
negro, gris. Continué siendo una babosa, enrollada, pegajosa. Todo venía siendo
desagradable pero la sensación de bienestar siempre estuvo presente, lo repito
porque hasta a mí me resultaba asombroso.
En un momento mi cuerpo se
incorpora, queda de rodillas y se enrolla, pero esta vez con la frente pegada
al suelo. Allí comenzó la fiesta de colores y la serpiente endragonada que
podía ver ahora en mí, se contoneaba con fuerza. Coletazos, serpenteo violento,
veía sus colores con claridad, verdes, rojos, fucsias, amarillos, azules. La
boca comenzó a llenarse de baba anunciando deseos de vomitar, sentía la panza dura,
algo pesado que necesitaba salir, pero no podía. Le pedí a la planta que me
ayudara, que quería sacar todo aquello… y así llegaron los vómitos intensos y
llenos de alivio. Los ícaros hacían que la serpiente se moviera cada vez más
intensamente, más vómitos.
Hasta que una mano comenzó a
acariciarme la espalda, la sensación era de un domador de serpientes. La mía
comenzó a aquietarse, mi cabeza se debatía entre dejar ser amansada, y querer
continuar serpenteando con fuerza. Luego de un tiempo de dejarme tocar, aun sin
consentimiento racional, me tiré a un lado y le susurré a la persona… “estoy
bien”, se retiró y a eso siguió una cúpula sinfónica de formas y colores.
Bailaban al compás de los ícaros, serpientes, zorros, gatos, estrellas… y
cuando repentinamente el ícaro dejaba de sonar ésta sinfonía comenzaba a
derretirse, como si echaran un balde de agua en un lienzo y la pintura se fuera
cayendo del marco dejando espacios de vacío lleno de negro. Cuando el ícaro
volvía a sonar todas las formas y colores volvían al marco y seguían danzando.
Así estuve, disfrutando de la
sinfonía por largo rato, hasta que la ceremonia comenzaba a llegar a su fin. Ya
casi todos habían pasado al frente de la chaman para recibir las curaciones
emocionales y espirituales. Fui la última; liviana, en paz, y feliz pasé al
frente. Recibí más amor y sabiduría, y me fui a acostar tranquila al pasto. El
descanso fue corto, y profundo…
El entendimiento racional se
fue dando durante el proceso, hoy lo puedo resumir diciendo…
Muchas veces nos sentimos como
bichos desagradable, muchas veces somos bichos desagradables, muchas veces la
tristeza nos inunda, muchas veces el cuerpo sufre síntomas; lo único que hay
que hacer es mirarlo y aceptarlo. Esto también es parte de nosotros, pero
mientras le demos un lugar, la calma llega sola. Y con ella, nuestro ser más
sabio envía energía positiva al resto de las partes heridas.
No nos cuesta nada hacerlo,
hay que tomarse el tiempo para mirar y aceptar sin juicio. Sucede. Eso va a
estar de cualquier manera, aunque no lo deseemos o lo evitemos. Las cosas que
no podemos “ver” son las que más fantasía y miedos generan. Mirar es la
elección, el sufrimiento que trae es grande, pero la calma que conlleva es
inmensamente mayor.
Decido desnudar esta parte de mí,
para compartir el viaje, ya que entiendo que este aprendizaje no es solo para
mí. A quien desee tomarlo, aquí está… justo para ser tomado!